El Nacional/GDA El Universal
Caracas, Venezuela, martes 20 de abril.- En el lugar más recóndito de la Comandancia General de la Policía de Carabobo, el campeón mundial de peso ligero Edwin Valero comenzó a deprimirse.
El efecto de la cocaína mezclada con el alcohol iba desapareciendo, y en su lugar quedaba la resaca. Una sensación que él ya conoce.
Es un detenido de cuidado, advirtieron los funcionarios que lo custodiaban. El hombre asomó los brazos por los barrotes de la celda que tiene para él solo. Ya le quitaron la chaqueta vinotinto que tenía en la mañana, cuando llegó. Como no llevaba franela, podían verse algunos de los tatuajes que solía exhibir en el ring, cuando la fortuna le sonreía. Religión y patriotismo están grabados en su pecho y brazos.
En la celda contigua, el líder de los detenidos golpeó la puerta, para llamar la atención: «Edwin, mi amor, aquí te tengo un juguito para cuando quieras». Valero no se inmutó. Por el contrario, sus primeras palabras fueron una petición. El boxeador no quería privilegios. Deseaba que lo pusieran con los demás reos.
«Me siento solo. Necesito hablar con alguien», expresó.
VIAJE INTERRUMPIDO
La memoria del boxeador todavía no se ha recuperado. Hay numerosas lagunas y contradicciones en su relato. Recordó haber salido el sábado de El Vigía, estado Mérida, con su esposa, Jennifer Carolina Viera Finol, de 24 años de edad.
«Yo iba para Cuba a un tratamiento de rehabilitación. Pero no tenía pasaporte, lo perdí. Así que íbamos a estacionarnos en La Guaira hasta que me lo dieran. El vuelo iba a ser ayer», explicó.
Valero conducía un Toyota Land Cruiser azul, placas IAP900. Decía que la relación con su cónyuge había mejorado. Que ella quería ayudarlo a que se recuperara de su adicción a los psicotrópicos.
«Nos fuimos por la vía del páramo. Ya desde entonces yo iba tomando vodka. Bebía y bebía. De repente, me doy cuenta de que alguien me viene siguiendo. Eran como las 10:30 PM. Aceleré hasta que llegamos a un peaje y le dije a un sargento que querían robarnos o secuestrarnos. No recuerdo bien cuál peaje fue. Luego de un rato allí, el hombre nos dijo que fuéramos al hotel Intercontinental. Vine a Valencia porque querían secuestrarme», relató.
Valero dijo haber pagado en efectivo por la habitación.
Mientras hacía las gestiones, veía con recelo a la gente que estaba a su alrededor, en el lobby del hotel. «Había una mujer que estaba así como recostada, y veía fijamente a mi esposa. Otro señor también la saludó», indicó.
Arriba, en la habitación 624, Valero ingirió más alcohol y alcaloide, hasta que perdió el sentido del tiempo y el espacio. Su relato se interrumpió allí, en la cama con su mujer. «Me acosté con ella, y cuando me levanté mi esposa ya estaba muerta», manifestó.
ENSANGRENTADO
Desde su celda, el boxeador recordó haber bajado al lobby del hotel. Allí habló con un empleado de seguridad, y le notificó lo que había sucedido en su habitación.
Valero, sin embargo, aún no sabe con certeza si él es responsable de la muerte de Viera.
Recordó que al despertarse él estaba impregnado de sangre, y que así bajó a notificarlo. No obstante, al preguntarle por su futuro inmediato, expresó temores por primera vez.
«Ahora sí que me fregué. Ya no podré volver a ver a mi hija», dijo.
Cuando le preguntaron si deseaba que llamasen a alguien, el campeón de boxeo se mostró indiferente.
«Con mi familia no cuento en estos momentos. Creo que se enterarán de lo sucedido por la prensa. Me dicen que ya todo el mundo sabe de esto. Ahora, si puede, llame a mi manager, Segundo Lujano. El debería venir», dijo.
El tiempo pasó, eran más de las 4:00 PM y su representante aún no llegaba. En la mente del boxeador se está armando una conspiración para incriminarlo por un crimen que él no admite.
En la otra celda, los prisioneros volvieron a golpear la puerta: «Valero, no nos importa. Eres el mejor».