Los prejuicios ocultos en el arbitraje del boxeo

Por Tom Schreck
Los jueces deben evaluar lo que sucede dentro de las cuerdas según cuatro criterios: golpes limpios, agresión efectiva, defensa y dominio del ring. Eso es todo.
No se supone que tengan en cuenta la historia, la reputación ni las emociones. Pero lo cierto es que nadie entra en una pelea con la mente completamente borrada.
Los jueces son humanos. Y los humanos cargamos con nuestras propias consecuencias.
DETALLES
Los fantasmas de los Knockouts
Supongamos que un juez sabe que un boxeador fue noqueado en su última pelea. Quizás lo vio por televisión, o incluso estuvo en el ringside esa noche. Ese conocimiento puede filtrarse en el subconsciente.
Un tipo que ya ha sido derribado puede parecer inestable en cuanto lo tocan de nuevo, incluso si no es un puñetazo fuerte. Ese nocaut fantasma juega con la percepción.
Tomemos como ejemplo a Meldrick Taylor. Después de que Julio César Chávez lo venciera dramáticamente en 1990, cada pelea posterior se vio desde esa perspectiva. Tanto los aficionados como los jueces estaban acostumbrados a verlo vulnerable. Los nocauts del pasado no deberían influir en el presente, pero aun así te susurran al oído.
No deberían, en absoluto. Los jueces deben evaluar lo que tienen delante en ese momento: nada más, nada menos.
Registros que cuentan historias
Un boxeador con un récord perdedor entra al ring, y la historia puede parecer preescrita. El veterano con un récord de 8-17, 17-55 o 2-27 se enfrenta a un prospecto con un récord de 14-0, y cuando el menos favorito conecta, no siempre aparece en la tarjeta de la misma manera. Sus golpes pueden ser igual de limpios, pero la reputación tiene un peso invisible.
Se supone que el personaje secundario fue contratado para perder, y todos lo saben. Pero a veces, el luchador secundario olvida leer el guion.
En carteleras más pequeñas, los desajustes son más frecuentes. Los aficionados rara vez ven el lío que enfrentan los promotores cuando los peleadores no dan el peso, no pasan los exámenes físicos o simplemente no se presentan. Encontrar reemplazos de último momento no es fácil, pero muchos peleadores con malos récords están dispuestos a intervenir.
Los jueces lo saben. Lo ven constantemente. Pero todo boxeador merece una evaluación imparcial, y a veces el «oponente» tiene una noche muy superior a la esperada. Los jueces deben estar atentos a eso.
Los esquineros y el poder estelar
La esquina importa más de lo que nos gusta admitir. Cuando un entrenador del Salón de la Fama da instrucciones a gritos —como Freddie Roach o Eddie Futch en su época—, le da a su boxeador un aura de legitimidad. El entrenador de la esquina del otro puede ser un entrenador local dedicado que ha olvidado más del boxeo de lo que la mayoría de los aficionados imaginan, pero no tiene el foco de atención. Y ese foco puede iluminar cada golpe lanzado.
Si un pensamiento como “Vaya, Freddie Roach está en la esquina…” cruza por la mente de un juez, más le vale que se centre en lo que realmente ve, porque los peleadores de las esquinas no lanzan golpes.
No hace falta ser un experto para saber quién tiene dinero detrás. El séquito, los asesores, los estratos de apoyo: es obvio. Mientras tanto, el luchador secundario está con su hermano en la esquina y nadie más. A veces, ese tipo sabe dar la talla, y se merece una oportunidad justa.
Baúles, zapatos y presentación
Suena tonto, pero no lo es. Los pantalones cortos llamativos, los zapatos brillantes y un aspecto elegante llaman la atención. El boxeo es en parte deporte, en parte teatro, y los jueces no ven las cosas en blanco y negro.
Cuando un boxeador llega con una bata y pantalones cortos personalizados, zapatos de 300 dólares y guantes japoneses de 400 dólares, mientras que el otro aparece con pantalones cortos de Walmart, zapatos viejos y una toalla como bata, esas imágenes pueden deslizarse en la conciencia de un juez.
Los jueces deben reconocer cómo la presentación puede sesgar la percepción y luego ignorarlo.
El factor geográfico
El ruido del público es una de las formas más evidentes de prejuicio. Un boxeador mexicano en la Ciudad de México, un irlandés el fin de semana de San Patricio en Nueva York o un británico en el O2 Arena: cada golpe impacta con entusiasmo. Y a veces el público ruge cuando en realidad no se ha logrado nada.
La geografía también influye en la ciudad natal de un boxeador. Al escuchar «Brooklyn», «Filadelfia», «Los Ángeles» o «Detroit», vienen a la mente gimnasios como Gleason’s, Frazier’s, Wild Card y Kronk. Al escuchar «Canajoharie, Nueva York», «Elkhart, Indiana» o «Pittstown, Pensilvania», no se me ocurre nada.
Los jueces deben dejar de lado esas asociaciones y puntuar lo que realmente sucede en el ring.
La carga mental de la neutralidad
El mayor desafío al juzgar no es anotar golpes, sino resistir fuerzas invisibles. Hay que reiniciar cada asalto, cada pelea. El peleador con la mandíbula de cristal merece borrón y cuenta nueva. El jab del desvalido cuenta igual que el del prospecto. Los boxeadores y los entrenadores no lanzan golpes. El público es ruido, no evidencia.
Eso no es fácil en tiempo real. Estás emitiendo 36 miniveredictos distintos en una pelea de 12 asaltos, cada uno decidido en segundos, pero con consecuencias que pueden durar toda la vida.
Por qué es importante
Cuando los jueces no reconocen sus prejuicios, los luchadores pagan las consecuencias. Sus carreras se descarrilan. Los títulos cambian de manos injustamente. Y los aficionados pierden la confianza. En un deporte que ya lucha por la legitimidad del público general, las malas decisiones impulsadas por prejuicios subconscientes son mortales.
Por eso los mejores jueces que conozco dedican tanta energía a la autoconciencia como a la vista. Antes de cada pelea, se recuerdan: borrón y cuenta nueva. Sin historial. Sin calzoncillos. Sin zapatillas. Solo los golpes.
El resultado final
Juzgar no se trata solo de conocer los cuatro criterios de puntuación. Se trata de conocerse a uno mismo.
Los fantasmas de los nocauts pasados, el balanceo de los récords, el brillo de los entrenadores estrella, el destello de los bañadores y el rugido de las multitudes: todos están tratando de ganar la pelea para ti.
El trabajo es dejarlos fuera. Porque al final, cada luchador merece ser juzgado por lo que hizo esta noche, no por quién fue ayer.