‘Él no ha pasado por lo mismo que yo’: Óscar Valdez está listo para Miguel Berchelt

Mark Kriegel/ESPN
La seducción de Frank Espinoza (criado en la Avenida Simmons en el Este de Los Ángeles, miembro ocasional de la pandilla City Terrace, hijo de un soldador cuyas manos quedaron estropeadas por la artritis) comenzó cuando era adolescente, en algún momento a mediados de los años sesenta, producto de su primera visita al Grand Olympic Auditorium, ubicado en el 1801 de la Avenida S. Grand, que, en aquel entonces, era cualquier cosa menos grandiosa.
Frank recuerda una serie de carteles de peleas. Uno de esos presentaba a un boxeador de nombre Mando Ramos, que entonces era niño y se haría campeón en el futuro. Ramos pelearía un total de 27 ocasiones entre 1965 y 1973 en el Olympic. Las paredes color amarillo pálido estaban llenas de ampollas y bultos. El aire era espeso, parduzco y amargo, producto de los cigarrillos sin filtro. Los hombres vestían sombreros fedora y mangas cortas, sosteniendo fajos de billetes gastados. Las apuestas eran febriles y continuas. Las latas de cerveza Pabst Blue Ribbon se convertían en proyectiles improvisados cuando la multitud presente consideraba que la acción no era suficientemente sangrienta.
Espinoza quedó enganchado al instante. “Supe en ese momento que quería formar parte del mundo del boxeo”, afirma.
Más de medio siglo después, Espinoza ha representado a más de un centenar de púgiles, todos ellos de origen mexicano o mexicano-estadounidense, incluyendo a 10 campeones mundiales. El primero de ellos, de nombre Isidro García, comía un perro caliente y bebía una Coca-Cola en las gradas del Casino Fantasy Springs, cuando fue invitado a competir por el título peso mosca de la OMB, ya que el rival acababa de romper su contrato. El más reciente es Óscar Valdez, dos veces peleador olímpico oriundo de México, excampeón del peso pluma. Este sábado en Las Vegas, Valdez se enfrentará a su antiguo amigo y vecino de Hermosillo, el campeón superpluma del CMB Miguel Berchelt, catalogado como el ogro de la división.
Por ello, se hablará mucho con autoridad absoluta sobre los “Guerreros Mexicanos”, boxeadores cuyo orgullo presuntamente les ordena a no retroceder jamás. Se trata de un tema en el que Espinoza ganó experiencia a las malas. “Los tipos que comparo con Óscar y Berchelt son Vázquez y Márquez”, expresa.
Espinoza hizo referencia a Rafael Márquez e Israel Vázquez, púgiles de quienes fue agente. Ambos dividieron sus batallas entre 2007 y 2010. El segundo y tercer combate fueron premiados por la revista The Ring (entre otros medios especializados en boxeo) como Peleas del Año; no a pesar de su espectacular brutalidad, como es obvio. Por el contrario, el galardón se debió en gran medida a su crudeza.
Recuerdo a Vázquez en su hogar en la ciudad de Huntington Park, después de la tercera pelea. Esa misma mañana, le habían quitado los puntos de sutura (no menos de dos docenas). No se podía decir que Vázquez estuviera curado (a juzgar por la hendidura color púrpura que tenía sobre su ojo rojo); sin embargo, tenía muy buen humor.
“No fueron profundas”, afirmó con respecto a sus heridas. “Me siento feliz”.
De hecho, la suya era una satisfacción que rozaba el éxtasis. Pocos años antes, una promotora había recomendado a Espinoza que enviara a Vásquez a su casa en la Ciudad de México, porque éste no tenía ningún futuro boxeando en Estados Unidos. A pesar de ello, Espinoza tuvo un presentimiento y permitió que el chico pernoctara en su hogar durante aproximadamente un año.
Ahora bien, Vázquez ya era un hombre, con dos hijos que criar. Era dueño de su propia vivienda. Con sus ingresos producto de las victorias boxísticas, ayudó a su esposa a incursionar en el negocio de los salones de belleza. Y acababa de ganar la Pelea del Año.
El problema radicaba en que Vázquez quería hacerlo de nuevo: enfrentarse a Márquez por cuarta vez. “No quería que volviera a boxear”, recuerda Espinoza, “pero no lo podía detener. Sentía que su honor estaba en juego”.
Vázquez perdió ese cuarto combate. Y pocos años después, perdió su ojo derecho durante una intervención quirúrgica.
No se trata de un tema del que Espinoza disfrute hablar; aunque me he preguntado si eso influye en su curiosa reputación como “Gallina de los Huevos de Oro” (curiosa sólo en el boxeo) que suele “mimar” a sus boxeadores. Entre los púgiles que se rumora ha consentido de alguna forma se encuentra Valdez, quien aspira (excesivamente) en convertirse en el arquetípico “Guerrero Mexicano”.
En 2018, Valdez se vio las caras con Scott Quigg, quien registró casi cuatro libras por encima de lo exigido para un combate por el título del peso pluma. Espinoza le instó a suspender la pelea. Valdez no quiso ni escucharlo.
En el quinto asalto, Quigg le fracturó la mandíbula. Fue una rotura espantosa, que impidió a su esquina retirarle el protector bucal y convirtió su boca en toda una laguna de sangre. A pesar de ello, en los siete rounds siguientes, la respuesta de Valdez fue remontar su ataque para ganar por decisión unánime.
“Eso es algo que siempre quise hacer desde que era un niño pequeño”, me dijo al año siguiente.
Valdez no hablaba sobre su mandíbula. Hablaba del prestigio del que se hizo en su México natal, donde más de un aficionado creía que el boxeo estilo olímpico es, pues, cómodo. “Todos me ven como un guerrero, un verdadero campeón”, afirmó. “Y eso, a veces, es más valioso que el dinero”.
Después de la pelea contra Quigg (la tercera “guerra” consecutiva para Valdez), Espinoza le suplicó que contratara al renombrado Eddy Reynoso como entrenador. La idea era que Reynoso (mejor conocido por su trabajo con Saúl “Canelo” Álvarez) lo ayudara a extender su carrera, haciendo de Valdez un mejor boxeador defensivo. Sin embargo, los resultados hasta ahora han sido dispares.
Por otra parte, Berchelt es quien es: más grande, más fuerte y con cinco pulgadas más de estatura, es el púgil más temido en la división de las 130 libras. “Todos lo consideran el monstruo”, me dijo Valdez la semana pasada. “No lo veo así. No se ha enfrentado a un tipo capaz de boxear. Es más lento. Veo muchas oportunidades a mi favor”.
Sin embargo, a cierto nivel, Valdez cree que puede superar a Berchelt y demostrar que es mejor guerrero que él. La única ocasión en la que Berchelt cayó a la lona (toda una sorpresa, ocurrida en el primer asalto de una pelea contra un chico de nombre Luis Florez, por allá en 2014) fue noqueado. Valdez ha sufrido dos knockdowns y a pesar de ello, se impuso en ambas peleas, por decisión unánime y nocaut técnico, respectivamente. Después, tenemos el tema de la mandíbula. Pero eso no es todo.
“Peleé dos veces con una costilla fracturada”, afirma, refiriéndose a las lesiones sufridas durante una sesión de sparring con miras a su primera defensa del título y su reñido combate con Miguel Marriaga. “Eso es algo que no había dicho antes porque no quería poner excusas”.
En contraste, ahora es algo que Valdez desea que Berchelt sepa. “Él no ha pasado por lo mismo que yo”, indica Valdez. “No pienso: ‘¿y si vuelve a pasar?’ Pero si estoy consciente de que puedo pelear a pesar de una quijada fracturada, o una costilla rota, o soy capaz de levantarme de la lona, sé que siempre podré superar cualquier obstáculo. Sé que saldré victorioso gracias a mi mentalidad. Perder nunca es opción”.
Valdez tiene récord de 28-0.
Le pregunto con respecto a Espinoza.
“Mi familia”, responde. “Él cuida de mí. Pero se preocupa mucho”.
Espinoza, por su parte, espera que la Comisión Atlética del Estado de Nevada le permita cumplir con su acostumbrada labor autoimpuesta. Gusta de acompañar a sus boxeadores en su marcha para ingresar al cuadrilátero, darle a cada uno su protector bucal, enviándolo a la batalla. Hoy en día, el agente no está seguro de qué le permitirán hacer las autoridades dentro de la Burbuja de la promotora Top Rank.
No es que le importe demasiado la Burbuja. Tampoco vive en el pasado. Pero, por una noche, Espinoza extrañará los cigarrillos y la cerveza, el hedor seductor que rodea a la sed colectiva de sangre. Echará de menos a los hombres con sombrero, los juramentos profanos que hacían, y también los patrióticos:
México, México, México…
“Una pelea como ésta”, dice Frank Espinoza, “habría quedado genial en el Olympic”.