NICOLÁS RODRÍGUEZ, DECANO DE LOS PROMOTORES EN MÉXICO, DEJÓ DE EXISTIR AYER POR LA TARDE

a.rodrigueznicLa Voz de la Frontera
Nicolás Rodríguez es recuerdo ya, referencia de promotor de boxeo egregio y símbolo del pugilismo nacional. Ayer, a las 17.30 horas, le falló el corazón y dejó de existir, a la edad de 83 años, a un paso de un aniversario más de vida, el lunes venidero.
Se fue y deja una herencia grata en el boxeo nacional, en particular en Baja California. Resultó empresario non, con habilidad y sensibilidad, por lo que pronto ganó terreno y fue amo de la promoción.
El último de los grandes empresarios del boxeo que dejó huella partió al viaje eterno. Y su fallecimiento tiene al pugilismo de luto, con pena y dolor. El destino lo ubicó como un promotor excepcional.
Se iba la tarde y con ella la vida de Nicolás. Se sintió mal y fue llevado con urgencia al hospital «Buen Samaritano». Los esfuerzos médicos fueron inútiles y su existencia de apagó. Se une Nico con ello a sus hermanos Catalina y Nepomuseno, antes fallecidos, y le sobreviven José María y Fernando. De familia de bien provino Rodríguez y fue sobrino del ex presidente de la república, Abelardo L. Rodríguez. Fue hombre de negocios, pero el boxeo resultó su pasión mayor.
Nicolás trazó el camino, hizo viable lo que parecía temerario y le dio al boxeo en Baja California lustre, presencia e importancia, cuando de sus manos salieron carteles, los más importantes en Tijuana, que causaron asombro primero y luego furor, euforia desbordada, luego de que en su reducto, Mexicali, en los momentos sublimes como empresario, no tuvo a la mano el escenario adecuado.
En varios sitios de la meseta mexicana hizo funciones Rodríguez y alcanzó con ello prestigio, una posición merecida y reconocida.
Iba de un lado a otro, ya que lo mismo promovía en Ciudad Juárez que en Tijuana o el DF, porque tenía visión y la habilidad para dar el espectáculo.
Se codeaba Nicolás con los promotores más prestigiosos e influyentes del pugilismo nacional y de fuera. Sus eventos, por lo general, se vieron acompañados por gente de mucha talla en la promoción.
En Mexicali, Rodríguez forjó al paso del tiempo una costumbre que si a veces ha palidecido, no se pierde y sigue su curso, en espera de mejores momentos, cuando ofrecer boxeo en año nuevo se convirtió en compromiso tan necesario como ineludible.
Lo que en su momento resultaba una quimera se convirtió después en grata realidad, con sobresaltos en los inicios pero de la mano de la esperanza y la voluntad de darle el pugilismo una fecha especial.
Nicolás marcó el paso inicial y forjó la tradición, la dejó para siempre entre las cuerdas, cuando a base de esfuerzo, pero sobre todo con buenos pleitos, sacó a los aficionados de sus casas y lo invitó a disfrutar de la llegada del año con golpes en la tarima.
Rodríguez tuvo creatividad y fue contundente muchas veces, con carteleras que se estamparon en las páginas más vibrantes del pugilismo en las primeras horas del año. Esa es herencia de Nicolás al pugilismo local.
En agosto de 1965, un año después del fenómeno que provocó la presencia de Vicente Saldívar en Tijuana, ante Ismael Laguna, Rodríguez dio paso a una cartelera más, luego de programas anteriores que tuvieron respuesta.
Esa vez, como hubo muchas, al mismo tiempo que operaba en Tijuana, Nicolás maniobraba en Ciudad Juárez en otra cartelera. La primera estaba prevista para el día 16 en Tijuana, con la participación estelar de Ultiminio Ramos ante Raúl «Chango» Soriano, en el «Toreo».
En Ciudad Juárez, había considerado a José Ángel «Mantequilla» Nápoles frente a Eddie Perkins, en la Plaza Monumental, en asociación con Pancho Montes, el 3 de ese mes de verano. La riña se dio y Nápoles ganó por puntos, sin mayor problema.
Un día antes, Ultiminio se dejó ver de nuevo en Tijuana y provocó la euforia, más cuando entrenó en la Arena Danubio Azul. El ex campeón mundial pluma era un imán, un cheque en blanco para el promotor, y consecuentemente as para la promoción.
Se llenaba la Arena Danubio Azul de gente y de un ambiente de romanticismo. Tenía encanto el pugilismo, sabor a licor caro y se cubría con un público festivo, muy participativo.
Ramos se veía en plenitud física en el entrenamiento y aporreaba con rabia sparrings, peras y costales. Verlo en tareas de gimnasio, era un placer a la vista.
Soriano, por su parte, hacía la preparación en suelo mexicalense, donde radicaba. El monarca nacional ligero tenía ante su bigote la oportunidad para irse a las mismas nubes en caso de vencer.
El viernes 6 llegó la mala nueva: problemas entre los manejadores de Tijuana obligó a posponer la función. La división entre los hombres de la toalla no dejó otra alternativa.
Ante ello, la cartelera se reubicó para el 23 del mismo mes, una semana después de lo fijado en principio. Se fue Ultiminio al DF pero regresó el día 11 siguiente.
Soriano arribó a Tijuana la mañana del día 16 y por la tarde, una vez que Ultiminio dejó la sala de ensayos, se mostró ante la gente y probó estar en forma, dispuesto a dar el salto a otra instancia mayor.
Gaspar «Indio» Ortega se dejaba ver entre el público, atraído también por la pelea. El entusiasmo estaba desbordado y se anticipaba otro lleno, un éxito más de Nicolás en Tijuana.
La fecha de la función se hizo presente y por la tarde, cerca de las 19.00 horas, la explanada de «El Toreo» se convirtió en un río de gente y en las taquillas había jaloneo y patadas por boletos. Las localidades de 1.80 de dólar o 22.50 de pesos mexicanos se esfumaron mucho antes del mediodía.
Rafael Gutiérrez, que desde el pesaje había ganado la designación de retador oficial al cetro mexicano de peso medio, apabulló y derrotó a Aristeo Chavarín en dos asaltos, luego de tirarlo tres veces a la lona. Chavarín, por pasarse de peso, quedó eliminado de la oportunidad previamente.
La cita cumbre había llegado y los aficionados festejaban el acontecimiento. Ultiminio subió entre muestras de admiración, con la mayor gente de su lado, como premio a su bravura. Soriano tenía un panorama muy complicado por delante.
Raúl tuvo buen inicio y logró conectar muchos jabs a la cara de su oponente. Pisaba fuerte la tarima Soriano y enseñaba habilidad para esquivar las derechas de Ultiminio.
Pero en el segundo asalto, Raúl se metió al terreno corto y aunque pudo pegar, recibió duros impactos. Soriano retaba a la lumbre, al poder, y jugaba con la posibilidad de perder, más cuando salió cortado de la ceja derecha.
El quinto fue vibrante, cuando Ultiminio se vio dispuesto a todo, a quemar el arsenal guardado en los guantes. Soriano ripostó y la pelea cobró instantes trepidantes. Raúl hizo estallar la Plaza, puso a la gente de su lado, cuando prendió al adversario con doliente derecha y estuvo a un pelo de derribarlo. Ramos se fue a la esquina sangrando de la nariz.
Con el mando evidente en las manos, Soriano se equivocó de nuevo y ésta vez no encontró perdón. Se fue en pos de Ultiminio, a liquidarlo, y en ese momento encontró la derrota. Ramos, con violentas derechas, puso mal a Soriano y el réferi Ray Solís paró el pleito, para evitar un daño mayor. Un arrebato de Raúl mandó a la borda lo que ya ganaba. La pelea, tan brava y luminosa, justificó el ambiente que la rodeó.
Nico deseó siempre la llegada de Raúl Soriano al «Salón de la Fama» local, porque lo consideró siempre «como el mejor peleador». Supo de su entronización y se debió ir feliz.
Ese tipo de boxeo manejó Nicolás por muchos años. Tuvo en el DF, carteles excepcionales y en casa hizo por muchos años que el pugilismo fuera el espectáculo preferido. De su labor salieron campeones nacionales como Raúl Soriano, Rafael Gutiérrez, Gerardo Ferrat, Eduardo Pérez y Javier Márquez, a quien llevó a disputar el cetro mundial pluma.
La historia es larga y rica en vivencias. Duele su ausencia, pero dejó escuela, herencia que respetar y honrar.
Descanse en paz.


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