Columna: CUENTA DE PROTECCIÓN

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Por CARLOS RIVERO
Cuando vi caer a Edgar Sosa a manos del filipino Rodel Mayol vino a mi mente también cuando Julio César Chávez caía ante el ruso-australiano Konstantin Tszyu o aquella vez que el gran Gilberto Román dejaba la corona de los supermosca ante el africano Nana Konadu. Tristeza fue lo que me invadió aunque hoy también coraje.
Con Chávez, allá en Phoenix, Arizona, sabíamos que Julio César ya estaba en lo último de su carrera. Con Román, el Gran Chaparral se desapareció del gimnasio y aunque terminó de pie tras 12 rounds en el ring de la arena México, finalmente me tocó verlo triste y cabizbajo en su vestidor, una tristeza que me contagió porque veía al amigo casi acabado.
Con Sosa, al que vi en sus inicios como boxeador, me dolió porque una carrera brillante. Como cuando nadie daba un peso por él para vencer a Brian Vitoria y se alzó con la victoria y el cetro mundial minimosca hasta sus 11 defensas, supo salir de la nada y escalar a la cima y perder así duele y da coraje.
Coraje porque justamente cuando el presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), José Sulaimán Chagnón opinaba en su columna del Diario El Universal la importancia de los réferis para detener un combate y traía a la memoria a Richard Steell en la contienda de Julio César Chávez contra Meldrick Taylor, que la detuvo a sólo 12 segundos del final, cuando el estadounidense había sido derribado y Julio perdía la pelea de calle por puntos.
Justo esa reflexión no llevo a ver los detalles del combate. Primero, el cabezazo no pudo ser considerado como accidental, porque el boxeador filipino entró deliberadamente con la cabeza por delante cuando el mexicano se prestaba a atacar.
Otro detalle, el réferi boricua Roberto Ramírez hijo sólo vio la herida del boxeador mexicano y nunca se percató en sus ojos, su mirada perdida. Estaba noqueado Sosa. Para acabar la película, el galeno del ring José Luis Ibarra no tuvo el tacto ni el detalle de percatarse que Sosa no sólo tenía la herida en el pómulo izquierdo sino una fractura que le impedía estar firmemente de pie y lo dejó continuar.
Roberto Ramírez sólo descontó un punto, cuando debieron ser dos. Pero la pelea pudo detenerse por el faul del filipino y aquello hubiera terminado por descalificación (si se aplica el reglamento local) o por empate técnico al no poder continuar uno de los boxeadores (CMB).
Pero ni una cosas ni otra, Edgar Sosa fue dejado a merced de filipino, que se bien había exhibido puntería en sus envíos también era más rápido de manos y piernas que el mexicano.
Un último detalle, cuando el réferi Roberto Ramírez detiene la pelea, le queda de frente el presidente del CMB, José Sulaimán y Ramírez buscando la mirada del jerarca del CMB, encuentra un si del dirigente con el asentamiento de su cabeza de arriba hacia abajo.
Así que ahora Sosa no es más campeón del mundo, pero el filipino seguramente firmó opciones (¿a nombre de quien?) y lo menos que se merece Edgar es una revancha directa porque ha dado a ganar dinero a medio mundo: televisoras, organismos boxísticos, gobiernos estatales y afirman que hasta que uno que otro colega. Sólo esperamos que le estén pagando bien.
Que le devuelvan el cetro será imposible, pero una revancha es lo menos, que por justicia, puede esperar y eso es parte de los detalles.
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